Bueno, esto no deja de ser una anécdota con tufillo demagógico, pero el otro día estuve en el Congreso de los Diputados y, dado que me tocaba esperar, sentí la perversa curiosidad de saber cuánto costaría un café allí… por aquella famosa respuesta de Zapatero sobre que un café cuesta 80 céntimos en la calle.
Como no había desayunado, me pedí también una barrita tostada -lo cual desvirtúa el experimento-, pero creo que los resultados son igualmente significativos, y sirven para comprender hasta que punto se puede estar desconectado de la realidad. Un café bien hermoso (a medio camino entre taza y tazón) y una barrita tostada, partida por la mitad, y que medía casi un palmo… por 96 céntimos (IVA incluido, of course).
Mira que he probado cafeterías gestionadas por el grupo Arturo CantoBlanco, pero ninguna tan generosa con las raciones, de tan buena calidad y tan barata. Así no hay crisis que duela.
Espero que este post me sirva para recordar que, por algún extraño motivo se tiende a edulcorar la realidad a quienes tienen que tomar las decisiones importantes, de modo que a la tardanza propia del proceso se añade otra producida por la ocultación de la realidad. Seguro que el día de los 80 céntimos marco un antes y un después en la intensidad con la que se luchaba contra la crisis.
Necesitaré este recordatorio porque, después de probar esas barritas, he decidido que tengo que conseguir un escaño como sea :P
A continuación, la prueba del delito. Lástima no haberle sacado también una foto al desayuno (lo siento, estaba hambriento).
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